Y los hombres se maravillaron diciendo:
¿Qué hombre es este, que aun los vientos y el mar le obedecen? Mateo 8:27.
El Salvador estaba cansado de sus largas y arduas labores,
y al quedar por un momento
aliviado de la presión de la multitud, se acostó en las duras tablas del barco de
pescadores, y se quedó dormido.
Poco después, el tiempo,
que había sido tranquilo y placentero, cambió.
Las nubes cubrieron misteriosamente el cielo, y una violenta tempestad, tal
como la que ocurría frecuentemente por aquellos lados, estalló sobre el lago.
El sol se había puesto y la negrura de la noche se
asentó sobre las aguas. Las olas airadas
se arrojaban contra
el barco, amenazando a cada momento con hundirlo. Primero, lanzado
sobre la cresta de una ola, y después sumergido
repentinamente en la parte más baja del lago, el barco era el juguete de la tempestad...
Los fuerte y valientes pescadores... no sabían qué hacer en ese vendaval tan terrible... “Maestro,
Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” Marcos 4:38...
Este clamor
desesperado despertó a Jesús de su sueño refrescante... En su divina majestad se levantó en el
humilde barco de los pescadores, en medio de la furiosa tempestad, las olas rompiendo sobre
la proa y el vivo resplandor del relámpago
iluminando su rostro tranquilo e intrépido.
Levantó la mano, tan a menudo empleada en actos de misericordia, y dijo
al mar airado: “Calla, enmudece”. La tempestad cesó, las tremendas olas reposaron. Se disiparon las nubes, y las estrellas volvieron a resplandecer. El barco descansaba
inmóvil sobre un mar sereno.
Entonces, volviéndose a sus discípulos, Jesús los reprendió...:
“¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” Marcos 4:40.
Un
silencio repentino cayó sobre los
discípulos. No se habló una palabra. Ni siquiera el impulsivo Pedro intentó expresar el temor reverencial que
llenaba su corazón.
Los barcos que habían salido para acompañar a Jesús, se habían visto
en el mismo peligro que el de los discípulos. El terror y finalmente la desesperación se habían apoderado de sus ocupantes; pero la orden de Jesús había traído
calma donde un momento antes
había tumulto. Quedó aliviado todo temor, porque había pasado el
peligro.
La furia de la tempestad había arrojado
los barcos muy cerca unos de otros, y todos
los que estaban a bordo de ellos habían presenciado el milagro de Jesús.
En el silencio que siguió a la
quietud de la tempestad, murmuraban entre sí: “¿Quién es este, que aun el viento y el mar le obedecen?” Marcos 4:41. Nunca olvidaron esta escena impresionante los que fueron testigos de ella. —The Spirit of Prophecy 2:307-309. Ver El Deseado
de Todas las Gentes, 301,302. [59]
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=Aml9KKANOU8&list=PLVsLdOIe7sVtDwTpvTt4enDOjQ-HVs6-_&index=21&pp=sAQB
No hay comentarios:
Publicar un comentario