Respondiendo Pedro
y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer
a Dios antes que a los hombres.
Hechos 5:29.
El principio que los discípulos sostuvieron valientemente cuando, en respuesta
a la orden de no hablar más
en el nombre de Jesús, declararon: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer
antes a vosotros que a Dios”, es el mismo que los adherentes al evangelio lucharon por
mantener en los días de la Reforma.
Cuando en 1529 los príncipes alemanes se
reunieron en la Dieta de Espira, se presentó
allí el decreto del emperador que restringía la libertad religiosa, y que prohibía
toda diseminación ulterior
de las doctrinas reformadas.
Parecía que toda la esperanza del mundo estaba a punto de
ser destrozada. ¿Iban a aceptar los príncipes el decreto? ¿Debía
privarse de la luz del evangelio a las multitudes que estaban todavía
en las tinieblas?
Importantes intereses para el mundo estaban en peligro. Los que habían aceptado la fe reformada se reunieron, y su unánime decisión fue: “Rechacemos este decreto. En asuntos de conciencia, la mayoría no tiene autoridad”. —Ver D’Aubigné, History of the Reformation, libro 13, cap. 5.
En nuestros días debemos sostener firmemente este principio.
El estandarte de la verdad y la libertad religiosa, sostenido en alto por los fundadores de la iglesia evangélica y por los testigos de Dios durante los siglos que desde entonces han pasado, ha sido, para este último conflicto, confiado a nuestras manos.
La responsabilidad de este gran don descansa sobre aquellos a quienes Dios ha bendecido con un conocimiento de su Palabra. Hemos de recibir esta Palabra como autoridad suprema. Hemos de reconocer los gobiernos humanos como instituciones ordenadas por Dios mismo, y enseñar la obediencia a ellos como un deber sagrado, dentro de su legítima esfera.
Pero cuando sus demandas estén en pugna con las de Dios, hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres. La palabra de Dios debe ser reconocida sobre toda otra legislación humana. Un “Así dice Jehová” no ha de ser puesto a un lado por un “Así dice la Iglesia” o un “Así dice el Estado”. La corona de Cristo ha de ser elevada por sobre las diademas de los potentados terrenales...
No debemos decir ni hacer ninguna cosa que
pudiera cerrarnos innecesariamente el camino. Debemos avanzar en el nombre de Cristo,
defendiendo las verdades que se nos
encomendaron. Si otros
nos prohíben hacer esta obra, entonces podemos decir, como los apóstoles... “No podemos dejar de decir lo que hemos
visto y oído”. Hechos 4:20. —Los Hechos
de los Apóstoles, 57, 58. [60]
AUDIO.
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