Has declarado
solemnemente que Jehová es tu Dios, y que andarás en sus caminos, y guardarás
sus estatutos, sus mandamientos y sus decretos, y que escucharás su voz.
Deuteronomio 26:17.
Seamos leales y fieles a cada precepto de la ley de Dios.
El Señor declara
que si obedecemos los principios de su ley, esos principios serán nuestra vida...
Los preceptos de la ley de Dios no fueron la producción de
ninguna mente humana, ni fueron promulgados por Moisés. Fueron formulados por Aquel infinito en
sabiduría, el mismo
que es el Rey de reyes y Señor de señores, y por él fueron proclamados desde el Sinaí en medio de
escenas de imponente grandiosidad.
La
prosperidad de Israel dependía
de la obediencia a esos preceptos. “Cuida, pues, de ponerlos por obra, con todo tu corazón y con toda tu alma”.
Deuteronomio 26:16.
Dios no nos dio sus mandamientos para que los obedezcamos cuando
nos plazca y para que los pasemos
por alto a nuestro antojo. Son
las leyes de su reino, y deben ser obedecidas por sus súbditos.
Si su pueblo obedeciera su ley con todo su corazón, se daría un testimonio decidido ante el mundo de que todos
los que él ha
afirmado que son su pueblo, su tesoro especial, lo honran verdaderamente en todo
lo que hacen.
La lealtad a Dios, una obediencia incondicional a su ley,
haría de su pueblo una maravilla en el mundo, porque Dios podría cumplir sus ricas y abundantes promesas para ellos, y
hacerlos la alabanza de la tierra. Serían un pueblo santo para él.
“Ahora, pues”, declara
Dios, “si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre
todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa”. Éxodo 19:5,6.
¡Qué maravillosa la magnitud de las promesas de Dios! Y se dan a todos los que prestan atención a su Palabra, creyendo sus declaraciones y obedeciendo sus mandamientos.
La obediencia a su ley es la condición de la eterna felicidad futura.
—The Southern Watchman, 16 de febrero
de 1904. [64] AUDIO.
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