La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el
testimonio de Jehová es fiel, que
hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
Salmo 19:7,8.
El mismo
Jesús que, encubierto en la
columna de nube, dirigió a las huestes hebreas, es nuestro Jefe.
El que dio leyes sabias, justas y buenas a Israel, nos ha
hablado a nosotros tan verdaderamente como a ellos. Nuestra prosperidad y
felicidad dependen de una obediencia constante a la ley de
Dios.
La sabiduría finita no puede mejorar un precepto de esa santa ley.
Ni uno de sus diez preceptos puede
ser quebrantado sin ser desleal al Dios del cielo.
Guardar
cada jota y tilde de la ley es esencial para nuestra propia
felicidad, y para la felicidad de todos los que
se relacionan con nosotros. “Mucha paz tiene los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo”. Salmo 119:165.
Y sin
embargo, criaturas finitas
presentan al pueblo esta ley santa,
justa y buena como un yugo; ¡un yugo que no pueden llevar! Es el transgresor el que no puede ver la belleza
en la ley de Dios.
Todo el mundo será juzgado por esa ley.
Toca aun las intenciones y los propósitos del corazón, y exige pureza
en los pensamientos más secretos,
en los deseos y las aspiraciones.
Demanda que amemos a Dios supremamente, y a
nuestros prójimos como a nosotros
mismos. Sin el
ejercicio de este amor, la más elevada profesión de fe es hipocresía. Dios requiere, de cada alma de la
familia humana, obediencia perfecta
a su ley. “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere
en un punto, se hace culpable de todos”. Santiago
2:10.
La
desviación más mínima de la ley, por negligencia o transgresión voluntaria, es pecado, y cada pecado expone al
pecador a la ira de Dios. El
corazón que no ha nacido de
nuevo, odiará las restricciones de la ley de Dios y se esforzará por deshacerse de sus justos requerimientos.
Nuestro bienestar eterno depende de un entendimiento exacto de la ley de Dios, una convicción profunda de su santo carácter y una obediencia lista a cumplir sus condiciones.
Hombres y mujeres deben estar convencidos de pecado antes de que puedan sentir su necesidad de Cristo...
Los que pisotean la ley de Dios
han rechazado el único medio que define al transgresor lo que es el pecado.
Están haciendo
la obra del gran engañador. —The Signs of the Times,
3 de marzo de 1881. [62]
AUDIO.
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