Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas. Salmo 63:1.
No Hay Agente Humano Que Pueda Proporcionar Lo Que Satisfaga El Hambre Y La Sed Del Alma.
Pero dice Jesús: “He
aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi
voz y abre la puerta, entraré a él, y
cenaré con él, y él conmigo”. “…Yo soy el
pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el
que en mí cree, no tendrá sed
jamás” Apocalipsis 3:20; Juan 6:35.
Así como
necesitamos alimentos para sostener nuestras fuerzas físicas, también necesitamos a
Cristo, el pan del cielo, para mantener la
vida espiritual y para obtener
energía con que hacer las obras de Dios.
Y de la misma
manera como el cuerpo recibe constantemente el alimento que
sostiene la vida y el vigor, así el alma debe comunicarse sin
cesar con Cristo, sometiéndose a él y
dependiendo enteramente de él.
Al modo
como el viajero fatigado que, hallando en
el desierto la buscada fuente, apaga su
sed abrasadora, el cristiano
buscará y obtendrá el agua pura de
la vida, cuyo manantial es
Cristo.
Al
percibir la perfección del carácter de nuestro
Salvador, desearemos
transformarnos y renovarnos completamente a semejanza de su pureza.
Cuanto más sepamos de Dios, tanto más alto será nuestro ideal del
carácter, y tanto más ansiaremos reflejar su imagen. Un elemento divino se une con lo humano cuando el alma busca a Dios y
el corazón anheloso puede
decir: “Alma mía, en Dios solamente reposa; porque de él es mi esperanza”. Salmo 62:5.
Si
en nuestra alma sentimos necesidad, si tenemos hambre y sed de justicia, ello es una indicación de que Cristo influyó en nuestro corazón para que le pidamos que haga, por intermedio del Espíritu
Santo, lo que nos es imposible a nosotros...
Las palabras de Dios son las fuentes de la vida. Mientras buscamos esas fuentes vivas, el Espíritu Santo nos pondrá en comunión con Cristo. Verdades ya conocidas se presentarán a nuestra mente con nuevo aspecto; ciertos pasajes de las Escrituras revestirán nuevo significado, como iluminados por un relámpago; comprenderemos la relación entre otras verdades y la obra de redención, y sabremos que Cristo nos está guiando, que un Instructor divino está a nuestro lado.
El Discurso Maestro de Jesucristo, 21, 22. [336]
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