Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte; porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia. Isaías 26:9.
Es el
amor del Salvador el que constriñe al mensajero a llevar el mensaje a
los perdidos. ¡Oh, qué
maravillosa es la insistencia de Cristo con los pecadores!
Aunque su
amor es rechazado por la negativa de los
corazones endurecidos y porfiados, él vuelve a interceder con
mayor fuerza. “He aquí, yo
estoy a la puerta y llamo…”. Apocalipsis 3:20. Su amor atrae con
una fuerza vencedora hasta que las almas son
constreñidas a venir.
Los que
llegan a la cena se vuelven al
bendito Jesús y dicen: “…Tu
benignidad me ha engrandecido”. Salmos 18:35.
Los gana por la
palabra de su amor y poder, porque la palabra
de Dios es la vara de su poder. Dice él: “¿No
es mi palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que
quebranta la piedra?” Jeremías 23:29.
Cuando la
palabra de Dios es llevada directamente al corazón por el Espíritu Santo, es
poderosa para derribar las fortalezas de
Satanás.
Los Seres
Humanos Finitos nada pueden hacer en la gran contienda si no fuera por la
palabra de Dios. No pueden razonar con
éxito con el corazón de los seres humanos que son tan
duros como el acero, que están
cerrados y trancados no sea
que Jesús pueda entrar en
ellos; Pero El Señor
capacita a hombres y a mujeres con su sabiduría, y el
más débil puede llegar a ser como
David por la fe en Dios.
El
Señor toma a los que se dedican a él, aunque tal vez no tengan educación,
hombres y mujeres humildes, y los envía con su mensaje de amonestación.
Mueve
su corazón por medio de su Espíritu, les da músculos y tendones espirituales, y los capacita para salir con la Palabra de Dios y para constreñir a
los seres humanos a entrar. De
esa manera, muchas almas humildes y débiles, que están pereciendo de hambre por falta del Pan
de Vida, son hechas fuertes en su debilidad, y se hacen valientes en la lucha, y ponen en fuga a ejércitos de extraños.
“Mirad que no desechéis al que habla”. Hebreos 12:25. Cada vez que no atienden y rehúsan escuchar, cada vez que dejan de abrir la puerta de su corazón, se fortalecen en la incredulidad, llegan a estar menos y menos dispuestos a escuchar su voz que les habla, y disminuyen la oportunidad de responder al último llamamiento de la misericordia... No llore Cristo por ustedes como lloró sobre Jerusalén, diciendo: “¡…Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta”. Mateo 23:37,38.
The Review and Herald, 24 de septiembre de 1895. [339]
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