Cuando siegues tu mies en tu campo, y olvides alguna gavilla en el campo, no volverás para recogerla; será para el extranjero, para el huérfano y para la viuda; para que te bendiga Jehová tu Dios en toda obra de tus manos. (Deut. 24:19).
Vi
que, en la providencia de Dios, viudas y huérfanos, ciegos, mudos y cojos, y personas afligidas de
varias maneras han sido colocados en estrecha relación cristiana con su iglesia; es para probar a su pueblo y desarrollar su verdadero carácter.
Los
ángeles de Dios vigilan para ver cómo tratamos a estas personas que necesitan
nuestra simpatía, amor y benevolencia desinteresada. Esta
es la forma en que Dios prueba nuestro
carácter.
Si tenemos la
verdadera religión de la Biblia, sentiremos que es un deber de amor, bondad e interés el que hemos de cumplir para Cristo en favor de sus hermanos; y no podemos hacer nada menos que mostrar nuestra gratitud por su incomparable amor manifestado hacia
nosotros mientras éramos pecadores indignos de su gracia, revelando un
profundo interés y un amor abnegado por nuestros hermanos que son menos afortunados que
nosotros.
Los dos grandes principios de la ley de Dios son el amor supremo a Dios
y el amor abnegado hacia nuestro prójimo.
Los primeros cuatro mandamientos y los últimos seis descansan sobre
estos dos principios y brotan de ellos.
Cristo le explicó al doctor de la
ley quién era
su prójimo mediante el relato de un hombre que viajaba de Jerusalén a Jericó, y que cayó en manos de
ladrones, quienes lo despojaron, lo castigaron y lo dejaron medio muerto.
El sacerdote y el levita vieron a este
hombre sufriendo, pero
sus corazones no respondieron a sus necesidades. Lo
evitaron pasando de lado.
El
samaritano pasó a su lado, y cuando vio la necesidad de ayuda que tenía el forastero, no preguntó si era pariente, o si pertenecía a su país o a su credo, sino que puso manos a la obra
para ayudar al que sufría, porque había una obra
que necesitaba ser hecha.
Lo alivió lo mejor que pudo, lo colocó sobre su propia bestia, y lo llevó a una posada haciendo provisión para sus necesidades a sus propias expensas. El samaritano, dijo Jesús, era el prójimo de aquel que había caído entre ladrones. El levita y el sacerdote representan a una clase que en la iglesia manifiesta indiferencia precisamente hacia las personas que necesitan su simpatía y ayuda.
Esta clase, a
pesar de su posición en la iglesia, quebranta los
mandamientos. El samaritano
representa a una clase de personas que son
verdaderos ayudadores de Cristo, y que están
imitando su ejemplo de hacer el bien. Servicio Cristiano Eficaz, 239,240. [165]
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