Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti:
solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas
6:8).
Las leyes de
las naciones tienen las características de las debilidades y
pasiones del corazón irregenerado, mientras que
las leyes de Dios llevan el sello divino y, si se las obedece, conducirán a una
consideración tierna por los derechos y
privilegios de otros...
Su atento
cuidado está sobre todos los intereses de sus hijos, y declara
que se encargará de la causa de los afligidos y oprimidos. Si claman a él, dice él:
“Lo oiré, porque soy misericordioso”. Éxodo 22:27.
Un
hombre de recursos, si posee estricta integridad, y ama y teme a Dios, puede ser un
benefactor para los pobres. Puede ayudarlos y no cobrar más
interés [en el dinero que les preste] que lo que puede exigirse misericordiosamente.
De esa manera no sufre pérdida, y su
desafortunado prójimo se
beneficia grandemente porque se salva de caer en las
manos del
maquinador deshonesto.
Ni por un momento deben perderse de vista los principios de la regla de oro en cualquier transacción comercial... Dios nunca quiso que una persona fuera víctima de otra. Él protege celosamente los derechos de sus hijos, y en los libros del cielo se asienta una gran pérdida en la cuenta del tratante injusto. En las Sagradas Escrituras se pronuncian tremendas denuncias contra el pecado de la codicia. Ningún “avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Dios”. (Efesios 5:5).
El salmista
dice: “El malo se jacta del deseo de su alma, bendice al codicioso, y desprecia a
Jehová”. (Salmo 10:3).
Pablo clasifica a los codiciosos con los
idólatras, adúlteros,
ladrones, borrachos, maldicientes y estafadores, ninguno de los cuales heredará
el reino de Dios. (1 Corintios 6:9, 10).
Éstos
son los frutos de un árbol corrompido, y Dios es deshonrado por ellos. No debemos hacer de las costumbres y
máximas del mundo nuestro criterio. Debe haber reformas; debe desecharse
toda injusticia.
Se nos ordena “escudriñar las Escrituras”. Toda la Palabra de Dios es nuestra regla de acción. Debemos poner por obra sus principios en nuestra vida diaria; no hay señal más segura de cristianismo que ésta.
Debemos
cumplir los
grandes principios de justicia y misericordia en nuestras relaciones unos con otros.
Debemos
cultivar diariamente aquellas cualidades que nos harán idóneos para la sociedad del cielo. Si hacemos estas
cosas, Dios llega
a ser nuestro garante, y promete que
bendecirá todo lo
que emprendamos, y “no resbalaremos
jamás”. (Salmos 15:5). The Signs of the Times, 7/02/1884. [166]
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