En la parábola, el Señor hizo comparecer ante sí, al despiadado deudor y le dijo: “Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste.
¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como
yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos,
hasta que pagase todo lo que debía.
Así”,
dijo Jesús, “mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón
cada uno a su hermano sus ofensas”. Mateo 18:32-35. El que rehúsa
perdonar está desechando por este hecho su
propia esperanza de perdón.
Pero no se
deben aplicar mal las enseñanzas de esta parábola. El perdón de Dios hacia nosotros no disminuye en lo más mínimo nuestro
deber de obedecerle. Así también el espíritu de perdón hacia nuestros prójimos no disminuye la
demanda de las obligaciones justas.
En la oración que Jesús enseñó a sus discípulos
dijo: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores”. Mateo 6:12.
Con esto no quiso decir que para que se nos
perdonen nuestros pecados no debemos requerir las deudas justas de nuestros deudores.
Si no pueden pagar, aunque sea por su administración imprudente, no han de ser echados en prisión,
oprimidos o tratados ásperamente; pero la parábola no nos enseña que fomentemos la
indolencia. La Palabra de Dios declara que “si alguno no quiere trabajar, tampoco
coma”. 2 Tesalonicenses 3:10.
El Señor no exige que el trabajador sostenga a otros en la ociosidad. Hay muchos que llegan
a la pobreza y a la necesidad porque malgastan el tiempo o no se esfuerzan. Si esas faltas no son corregidas por los que las abrigan,
todo lo que se haga en su favor será como poner un tesoro en una bolsa agujereada.
Sin embargo, hay cierta clase de pobreza que es inevitable, y hemos de manifestar ternura y compasión hacia los infortunados. Deberíamos tratar a otros así como a nosotros nos gustaría ser tratados en circunstancias semejantes. Palabras de Vida del Gran Maestro, 192, 193. [182]
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