Andad en todo el camino que Jehová vuestro Dios os ha mandado, para que
viváis y os vaya bien, y tengáis largos días en la tierra que habéis de poseer.
Deuteronomio 5:33
Cristo
es el camino, la verdad y la vida. Les ruego que estudien su vida...
Él vino para traer el don de la
vida eterna a las almas perdidas.
En el
sacrificio de su Hijo, el Padre reveló cuánto desea que los
pecadores sean salvados. “Por eso me ama el Padre”, declaró Cristo, “porque yo pongo mi vida”. Juan 10:17.
El
Padre nos ama con un amor que apenas se comprende débilmente.
Debido a que
a los hombres y a las mujeres les falta el espíritu de abnegación y de sacrificio de sí mismos, no pueden comprender el sacrificio hecho por el Cielo al dar a Cristo al mundo.
Su experiencia religiosa está mezclada con
egoísmo y vanagloria.
¿Cómo pueden semejantes maestros tener
siquiera una escasa esperanza de compartir la herencia de Cristo?
“Les aseguro”, les dijo a sus
discípulos, “que a menos que ustedes cambien y se vuelvan como niños, no entrarán
en el reino de los cielos”. Mateo 18:3.
Hay muchos que, mientras profesan piedad, se miden entre ellos
mismos, y como resultado se debilitan en la vida espiritual. No se vence al orgullo. Esas almas no entenderán su necesidad hasta que caigan sobre la Roca y sean quebrantadas.
¡Ojalá que puedan confesar sus
equivocaciones ante Dios y rogar por la presencia del Espíritu Santo en su
vida!
La verdad y la
justicia fluirán en el corazón que es limpiado del egoísmo y el pecado, y a través de la vida de aquellos en cuya alma la verdad ocupa el primer
lugar...
La maldad del mundo no ha llegado a su fin. Cada año, el mal llega a estar más extendido, y se lo considera más livianamente. Que nuestras reuniones, cuando nos juntamos, sean períodos de examen de conciencia y de confesión.
Es el privilegio de este
pueblo, que ha tenido tan grandes bendiciones, ser árboles de justicia,
impartiendo consuelo y bendición.
Deben ser piedras
vivas, que emitan luz. Los que han recibido el perdón de sus pecados, con un propósito fervoroso deberían conducir a
los que están en los caminos del pecado a las sendas de justicia.
Al participar de la abnegación y del sacrificio de sí mismos, enseñarán a los hombres y a las mujeres a abandonar el egoísmo y el pecado, y a aceptar en su lugar los amables atributos de la naturaleza divina.
The Review and Herald, 22 de julio de 1909. [214]
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