El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo. 1 Juan 2:6.
¡Qué amor
supremo y qué condescendencia, que cuando no merecíamos en
absoluto la misericordia divina, Cristo estuvo dispuesto a realizar nuestra redención!
Pero nuestro gran Médico requiere de cada alma, sumisión
absoluta. Nosotros nunca debemos extender una receta para nuestro
propio mal.
Cristo debe disponer plenamente de nuestra voluntad y
de la acción, o
no lo hará en nuestro beneficio.
Muchos no perciben su condición y su peligro, y hay mucho en la naturaleza de la religión cristiana que es contraria a cada sentimiento y principio mundanos, y
opuesta al orgullo del corazón humano.
Podemos
vanagloriarnos, como lo hizo Nicodemo, de que nuestro carácter moral ha sido correcto y no necesitamos humillarnos delante de Dios como los pecadores
comunes, pero debemos estar
contentos de poder entrar en la vida en la misma forma que el
principal de los pecadores.
El yo debe
morir. Debemos renunciar a nuestra propia justicia y rogar que se nos impute la justicia de Cristo. Él es nuestra
fortaleza y nuestra esperanza.
El
amor sigue a la fe genuina; amor que se manifiesta en el
hogar, en la sociedad y en todas las relaciones
de la vida; amor
que allana las dificultades y que nos eleva por encima de las insignificancias
desagradables que Satanás coloca en nuestro camino para irritarnos. Y la
obediencia sigue al amor.
Todas las
facultades y pasiones de la persona convertida quedan bajo el dominio de Cristo. Su espíritu es un poder renovador, que
transforma de acuerdo con la
imagen divina a todos los que lo reciben.
Llegar
a ser un discípulo de Cristo es negar el yo, y seguir a Jesús a través
de la reputación, ya sea buena o mala.
Es
cerrar la puerta al orgullo, la envidia, la duda y otros
pecados, y de esa manera
excluir la lucha, el odio y cada obra mala.
Es
dar la bienvenida en nuestro corazón a Jesús, el manso y humilde, que
está buscando entrar como nuestro huésped...
Jesús es un Modelo para la humanidad, completo y perfecto. Se propone hacernos semejantes a él: verdaderos en cada propósito,
sentimiento y pensamiento; verdaderos en corazón, alma y vida.
El hombre o la mujer que aprecia lo más supremo del amor de
Cristo en el alma, que refleja más perfectamente la imagen de Cristo, es, a la vista de Dios, la persona más verdadera, más noble y
más honorable. Pero los
que no tienen el espíritu de Cristo, “no son de él”.
The Signs of the Times, 14 de julio de 1887. ¡Maranata: el Señor Viene!
71. [216]
No hay comentarios:
Publicar un comentario