Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis
sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura,
enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos
con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os
perdonó a vosotros en Cristo. Efesios 4:30-32.
La vida de Cristo era de una influencia siempre creciente, sin límites;
una influencia que lo ligaba a Dios y a toda la familia humana.
Por medio de Cristo, Dios ha investido a los hombres y a
las mujeres de una influencia que les hace imposible vivir para sí.
Estamos individualmente vinculados
con nuestros semejantes, somos una parte del gran todo de Dios y nos hallamos bajo obligaciones
mutuas.
Nadie puede ser independiente de
sus prójimos, pues el bienestar de cada uno afecta a los demás.
Es el propósito de Dios que cada uno
se sienta necesario para el bienestar de los otros y trate de promover su
felicidad.
Cada alma está rodeada de una atmósfera propia, de una atmósfera que puede ser cargada del poder
vivificante de la fe, el valor y la esperanza, y endulzada por la fragancia del
amor.
O puede ser pesada y fría por causa de la bruma del descontento y el
egoísmo, o estar envenenada por la contaminación fatal de un pecado acariciado.
Toda persona
con la cual nos relacionamos queda, consciente o inconscientemente, afectada por
la atmósfera que nos rodea.
Es ésta una
responsabilidad de la que no nos podemos librar.
Nuestras palabras, nuestros actos,
nuestro vestido, nuestra conducta, hasta la expresión de nuestro rostro, tienen
influencia.
De la impresión así hecha dependen
resultados para bien o para mal que nadie puede medir.
Cada
impulso impartido de ese modo es una semilla
sembrada que producirá su cosecha.
Es un eslabón de la larga cadena de
acontecimientos humanos, que se extiende hasta no sabemos dónde.
Si
por nuestro ejemplo ayudamos a otros a desarrollar
buenos principios, les damos poder para hacer el bien.
Ellos a su vez ejercen la misma influencia sobre
otros, y éstos sobre otros más.
De este modo, miles pueden ser bendecidos por nuestra influencia
inconsciente.
Arrojen una piedrecita al lago, y se formará una onda, y otra y otra, y a medida que
crecen éstas, el círculo se agranda hasta que llega a la costa misma.
Lo mismo
ocurre con nuestra influencia. Más allá del alcance de
nuestro conocimiento o dominio, obra en otros como una bendición o una
maldición.
Palabras de Vida del Gran Maestro, 274, 275. [95]
AUDIO. https://www.youtube.com/watch?v=wA7gTdwLik8&list=PLVsLdOIe7sVu8i3spxZdlwjNyR-2pWNT5&index=28&pp=sAQB
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