Y caminó Enoc con Dios... trescientos años, y engendró
hijos e hijas... Caminó, pues, Enoc con Dios, y desapareció, porque
le llevó Dios. Génesis 5:22,24.
Mientras atendemos
nuestros quehaceres diarios,
deberíamos elevar el alma al cielo en oración. Estas peticiones
silenciosas suben como incienso ante el trono
de la gracia y los esfuerzos del enemigo quedan frustrados.
El cristiano cuyo corazón se apoya así en Dios, no puede ser vencido. No hay malas artes que puedan destruir su paz. Todas las promesas de la Palabra de Dios, todo el poder de la gracia divina, todos los recursos de Jehová están puestos a disposición para asegurar su libramiento... Así fue como anduvo Enoc con Dios. Y Dios estaba con él, sirviéndole de pronto auxilio en todo momento de necesidad.
La oración es el aliento del alma. Es el secreto del poder espiritual. No se la puede sustituir por ningún otro medio de gracia y conservar, sin embargo, la salud del alma. La oración pone al corazón en inmediato contacto con la Fuente de la vida, y fortalece los tendones y músculos de la experiencia religiosa.
Descuídese el ejercicio de la oración, u órese
espasmódicamente, de vez en cuando, según parezca
propio, y se perderá la relación con Dios. Las facultades espirituales perderán
su vitalidad, la experiencia religiosa
carecerá de salud
y vigor...
Es algo maravilloso que podamos orar eficazmente; que seres mortales
indignos y sujetos a yerro posean la facultad de presentar sus
peticiones a Dios. ¿Qué facultad más elevada podrían
desear los seres humanos que la de estar unidos
con el Dios infinito?
Los seres humanos, débiles y pecaminosos, tienen el privilegio de hablar a su Hacedor.
Podemos pronunciar palabras
que alcancen el trono del Monarca del Universo. Podemos
hablar con Jesús mientras andamos
por el camino, y él dice: Estoy
a tu diestra.
Podemos
comulgar con Dios en nuestro corazón; podemos andar en compañerismo con Cristo. Mientras
atendemos nuestro trabajo
diario, podemos exhalar
el deseo de nuestro corazón
sin que lo oiga oído humano alguno; pero esa palabra no puede perderse
en el silencio ni caer en el olvido.
Nada puede ahogar el deseo del alma. Se eleva por encima del trajín de la calle, por encima del ruido de la maquinaria. Es a Dios a quien hablamos, y él oye nuestra oración.
Mensajes para los Jóvenes,
247,248. [33]
AUDIO.
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