Y llamó Dios a lo seco Tierra, y a la reunión de las aguas llamó Mares.
Y vio Dios que era bueno. Génesis 1:10.
El Padre y el Hijo emprendieron la grandiosa y admirable obra que habían proyectado: la creación del mundo. La tierra que salió de las manos del Creador era sumamente hermosa.
Había montañas, colinas y llanuras, y, entre ellas, ríos, lagos y
lagunas. La tierra no era una vasta llanura. Su superficie estaba interrumpida por colinas y montañas, no altas y abruptas como las de ahora, sino de formas hermosas y regulares. No se veían las rocas escarpadas y desnudas, porque yacían bajo la superficie como si fueran los huesos de
la tierra.
Las
aguas se distribuían con regularidad. Las colinas, montañas y bellísimas llanuras estaban adornadas con plantas y flores, y altos y
majestuosos árboles de toda clase, muchísimo más grandes y hermosos que los de
ahora. El
aire era puro y saludable, y la tierra parecía un noble
palacio. Los
ángeles se regocijaban al contemplar las
admirables y hermosas obras de Dios.
Después de
crear la tierra y los animales que la habitaban, el Padre y el Hijo
llevaron adelante su propósito, ya concebido antes de la caída de Satanás, de crear al hombre a su
propia imagen.
Habían actuado juntos en ocasión de la creación y de todos los seres vivientes que había en ella. Entonces Dios dijo a su Hijo: “Hagamos al hombre a nuestra imagen”.
Cuando Adán salió
de las manos de su Creador era de noble talla y hermosamente simétrico. Era bien proporcionado, y su estatura era un poco más del doble que la de los hombres que hoy habitan la tierra.
Sus
facciones eran perfectas y hermosas. Su tez no era blanca ni pálida, sino sonrosada, y resplandecía con el exquisito matiz de la salud.
Eva
no era tan alta como Adán. Su cabeza se alzaba algo más arriba de
los hombros de él. También era de noble aspecto, perfecta simetría y muy
hermosa.
La santa pareja no usaba vestiduras artificiales.
Estaban
revestidos de un velo de luz y
esplendor como el de los ángeles.
Este halo
de luz los envolvió mientras vivieron en obediencia a
Dios.
Aunque todo cuanto
el Señor había creado era
perfecto y hermoso, y parecía que nada faltaba en la tierra creada por él para la
felicidad de Adán y Eva, les manifestó su gran amor al
plantar un huerto
especialmente para ellos... Ese hermoso jardín iba a
ser su hogar, su residencia
especial. Exaltad a
Jesús, 41; The Signs of the Times, 9 de enero de 1879. [221]
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