Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Génesis 1:28.
La santa
pareja miraba la naturaleza como un cuadro de hermosura sin
par.
La tierra de
color marrón estaba vestida con una alfombra de animado verdor, diversificado con una variedad interminable de flores
que se propagaban por sí solas y se perpetuaban.
Arbustos,
flores y vides trepadoras regalaban los sentidos con su
belleza y fragancia. Las muchas
variedades de árboles elevados estaban cargadas con frutos de toda clase, y de sabor
delicioso, adaptados para complacer el paladar y satisfacer las necesidades de
la feliz pareja.
Dios
proporcionó ese hogar del Edén para nuestros primeros
padres, dándoles
evidencias inequívocas del gran amor y cuidado que tenía por ellos.
Adán fue
coronado rey en el Edén. Se le dio
dominio sobre toda cosa viviente que Dios había creado. El Señor bendijo a Adán y a Eva con una inteligencia que no dio a ninguna
otra criatura.
Hizo de Adán
el legítimo soberano de todas las obras de las manos de Dios...
Adán y Eva podían trazar la habilidad y la gloria de Dios en cada brizna de hierba
y en cada arbusto y cada flor.
La
hermosura natural que los rodeaba, al igual que un
espejo, reflejaba la sabiduría, excelencia y amor de su Padre celestial. Y sus cánticos de afecto y alabanza se elevaban dulce y
reverentemente hacia el cielo, armonizando con los cantos de los
ángeles exaltados, y con las felices aves que cantaban alegremente su música sin sobresaltos.
No había
enfermedad, decadencia, ni muerte por ningún lado. Había vida en
cada cosa sobre la que descansaba la vista. La atmósfera estaba
impregnada con vida. Había vida en
cada hoja, en cada flor y en cada árbol.
El Creador sabía que Adán no podía ser feliz sin ocupación; por lo tanto, le dio la placentera ocupación de labrar el jardín.
Y mientras cuidaba las cosas de belleza y utilidad
que había a su alrededor, podía
contemplar la bondad y la gloria de Dios en
sus obras creadas.
Adán tenía temas para la contemplación en las obras de Dios en el Edén, que era el cielo en miniatura.
Dios no formó al hombre meramente para
contemplar sus obras gloriosas; por lo tanto, le dio manos para
trabajar, así como una mente y un corazón para la contemplación.
Si la
felicidad del hombre consistiera en no hacer nada, el Creador no le habría dado
a Adán la obra que le señaló que hiciera.
En el trabajo, el hombre iba a encontrar
felicidad, como también la iba a encontrar en la meditación. The Review
and Herald, 24 de febrero de 1874. [223]
No hay comentarios:
Publicar un comentario