Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para
que lo labrara y lo guardase. Génesis 2:15.
Dios puso a los
seres humanos bajo una ley, como condición
indispensable para su propia existencia. Eran súbditos del gobierno divino, y no puede existir gobierno sin ley.
Dios pudo haber creado a los seres humanos incapaces de violar su ley;
pudo haber detenido la mano de Adán para que no tocara el fruto prohibido, pero en este caso las
personas no hubiesen sido entes morales libres sino meros autómatas.
Sin libre
albedrío su obediencia no habría sido
voluntaria, sino forzada. No habría sido posible el desarrollo de su carácter.
Semejante
procedimiento habría sido contrario al plan
que Dios seguía en su relación con los habitantes de los otros mundos.
Hubiese sido indigno del ser humano como ser inteligente, y hubiese dado base a las acusaciones de Satanás
de
que el gobierno de Dios era arbitrario...
El hogar de
nuestros primeros padres había de ser un modelo para
cuando sus hijos saliesen a ocupar la tierra.
Ese hogar, embellecido por la misma mano de Dios, no era un suntuoso palacio.
En su orgullo, los hombres y las mujeres se deleitan en tener
magníficos y costosos edificios, y se enorgullecen de las obras de sus propias
manos; pero Dios puso a Adán en un huerto. Esa fue su morada.
Los azulados cielos le servían de techo; la tierra, con sus delicadas flores y su alfombra de animado verdor, era su piso; y las ramas frondosas de los hermosos árboles le
servían de dosel. Sus paredes estaban engalanadas con los
adornos más esplendorosos, que eran obra de la mano del sumo Artista.
En
el medio en que vivía la santa pareja había una lección
para todos los tiempos; a saber, que la verdadera felicidad se encuentra, no en dar rienda suelta al orgullo y al lujo, sino en la comunión con Dios por medio de sus obras creadas.
Si
las personas pusiesen menos atención en lo superficial y cultivasen más la sencillez, cumplirían con mayor plenitud los designios que Dios tuvo al crearlos.
El orgullo y
la ambición jamás se satisfacen, pero quienes realmente son inteligentes encontrarán
placer verdadero y elevado en las fuentes de gozo que Dios ha
puesto al alcance de todos.
A los moradores del Edén se les
encomendó el cuidado del huerto, para que lo labraran y lo guardasen. Su
ocupación no era cansadora, sino agradable y vigorizadora.
Dios dio el
trabajo como una bendición con que nuestros primeros padres ocuparan su mente, fortalecieran su cuerpo y
desarrollaran sus facultades. Historia de los Patriarcas y Profetas, 30,31. [224]
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