Digo: ¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del
hombre para que lo visites? Le has hecho un poco menor que los ángeles, y lo
coronaste de gloria y de honra. Salmo 8:4,5.
Nuestro
bondadoso Padre celestial quiere que
sus hijos confíen en él como un niño confía en sus padres terrenales.
Pero
demasiado a menudo vemos a los desalentados y débiles
mortales
sobrecargados con cuidados y perplejidades que Dios
nunca se propuso que llevaran.
Invirtieron
el orden; están
buscando primero el mundo, y haciendo secundario el reino de los cielos.
Si aún
Dios cuida al gorrioncillo que no conoce su
futura necesidad, ¿por qué el tiempo y la atención de los seres humanos,
que fueron hechos a la imagen de Dios, deben estar completamente enfrascados
con esas cosas?
Dios nos ha
dado evidencias completas de su amor y cuidado, y sin embargo, cuán a
menudo fallamos en discernir la mano
divina en nuestras múltiples
bendiciones.
Cada facultad de nuestro ser, cada soplo de
aire que inspiramos, cada
comodidad de la que gozamos, viene de él.
Cada
vez que nos reunimos alrededor de la mesa familiar para participar del
refrigerio, deberíamos recordar que todo esto es una expresión del amor de Dios. ¡Y vamos a tomar el
don y negar al Dador!...
Cuando Adán y Eva fueron colocados en su hogar del Edén, tenían todo lo que un Creador bondadoso podía
darles para aumentar su comodidad y felicidad. Pero se arriesgaron a desobedecer a Dios, y por lo tanto fueron expulsados de su
hermoso hogar. Fue entonces cuando el gran amor de Dios se nos expresó en un don, el de su amado Hijo. Si nuestros primeros padres no hubieran aceptado el don, hoy la raza humana estaría en
la aflicción más desesperada. Pero cuán alegremente aclamaron la promesa del Mesías.
Es el privilegio de todos aceptar a este
Salvador, llegar a ser hijos de Dios, miembros de la familia real y sentarse al fin a la mano derecha de Dios. ¡Qué amor, qué
maravilloso amor es este!
Juan nos exhorta a
contemplarlo: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos
de Dios”. 1 Juan 3:1.
A pesar de que
sobre la tierra fue pronunciada la
maldición de que produciría espinas y
cardos, hay una flor en el cardo. En el mundo no todo es tristeza y desgracia.
El
gran libro de la naturaleza de Dios está abierto para
nuestro estudio, y de él debemos obtener más excelsas
ideas de su grandeza y amor y gloria insuperables. The Review and Herald, 27 de octubre de 1885. [230]
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