Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y
multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia,
para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por
medio de nosotros acción de gracias a Dios. 2 Corintios 9:10,11.
Así como recibimos continuamente
las bendiciones de Dios, así también debemos dar constantemente.
Cuando el Benefactor celestial deje
de darnos,
sólo entonces se nos podrá disculpar, porque no tendremos nada para
compartir.
Dios nunca nos ha dejado sin darnos evidencias
de su amor, porque
siempre nos ha rodeado de beneficios. Nos da la lluvia de los cielos y
estaciones fructíferas, proveyéndonos copiosamente con sus abundantes cosechas, y llena nuestro corazón con alegría.
Declaró que
“mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la
siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, y el día y la noche”.
Génesis 8:22.
A cada instante somos sostenidos por el cuidado de Dios y por su poder. Él
pone alimento en nuestras mesas. Nos
proporciona un sueño pacífico y reparador.
Cada
semana nos da el día sábado para que reposemos de nuestras labores temporales y lo adoremos en su propia casa.
Nos
ha dado su Palabra para que ésta sea como una lámpara para
nuestros pies y una lumbrera en nuestro camino.
En sus
páginas sagradas encontramos sabios consejos; y tantas veces como elevamos nuestro corazón hacia él en
penitencia y con fe, él nos concede las
bendiciones de su gracia.
Pero por encima de todo se destaca el don infinito que Dios hizo al dar a su Hijo amado, por medio de quien fluyen todas las demás bendiciones para esta vida y
para la vida venidera.
Ciertamente la bondad y la misericordia nos
asisten a cada paso.
Solamente cuando deseemos que el Padre infinito cese de proporcionarnos sus dones, podremos
exclamar con impaciencia: “¿Tendremos que dar siempre?”
No sólo deberíamos devolver siempre nuestros diezmos a Dios, que él
reclama como suyos, sino
además llevar un tributo a la tesorería como una ofrenda de gratitud.
Llevemos a
nuestro Creador, rebosantes
de gozo, las primicias de su generosidad: nuestras posesiones más escogidas, y
nuestro servicio mejor y más piadoso. —Consejos sobre Mayordomía Cristiana, 20. [242]
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