Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y
bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. 1 Corintios 4:12.
En
ocasión de la creación, el trabajo fue establecido como
una bendición. Implicaba
desarrollo, poder y felicidad.
El
cambio producido en la condición de la tierra, debido a la
maldición del pecado, ha modificado también las
condiciones del trabajo, y aunque ahora va
acompañado de ansiedad, cansancio y dolor, sigue siendo una fuente de felicidad y desarrollo.
Es también una salvaguardia contra la tentación. Su disciplina pone freno a la complacencia y promueve la laboriosidad, la pureza y la firmeza.
De este modo forma
parte del gran plan de Dios para que nos
repongamos de la caída.
Se debiera
inducir a los jóvenes [y otros] a apreciar la verdadera dignidad del trabajo. Muéstreseles que Dios obra constantemente.
Todas las cosas de la naturaleza cumplen la tarea que se les ha asignado. Se ve actividad en toda la
creación, y, para cumplir nuestra misión, nosotros también debemos ser activos.
Al trabajar debemos ser colaboradores con Dios. Nos da la
tierra y sus tesoros, pero nosotros tenemos que adaptarlos a nuestro uso y nuestra comodidad. Hace crecer los
árboles, pero nosotros preparamos la madera y construimos la
casa.
Ha escondido en la tierra la plata y el oro, el hierro
y el carbón, pero sólo podemos obtenerlos
mediante el trabajo perseverante...
Aunque
Dios ha creado todas las cosas y las dirige
constantemente, nos ha dotado de un poder que no es enteramente diferente del suyo. Se nos ha concedido
cierto dominio sobre las fuerzas de la naturaleza.
Tal como Dios sacó del caos la tierra con toda su belleza, nosotros podemos extraer poder y belleza de la confusión. Y aunque todas las cosas están ahora mancilladas por el pecado, sentimos, sin embargo, cuando terminamos algo, un gozo semejante al de Dios cuando, al contemplar la hermosa tierra, dijo que todo era “bueno en gran manera”.
En general
podemos decir que el ejercicio más benéfico para la juventud es el trabajo
útil.
El
niño halla en el juego a la vez diversión y desarrollo, y sus deportes deberían ser de tal naturaleza que promovieran no sólo su
crecimiento físico, sino
también el mental y espiritual.
Cuando
aumentan su fuerza y su inteligencia, su mejor recreación la
encontrará en algún esfuerzo
útil.
Lo que
adiestra la mano para la labor útil, y enseña al joven a asumir las responsabilidades de la vida, es sumamente eficaz para promover el desarrollo de la mente y el carácter. -La Educación, 214,215. [227]
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