¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y
longanimidad, ignorando
que su benignidad te guía al arrepentimiento? (Romanos 2:4).
Entre los
discípulos que sirvieron a Pablo en Roma estaba Onésimo, un esclavo fugitivo
de la ciudad de Colosas. Pertenecía a un cristiano llamado
Filemón...
Había
robado a su amo y
escapado a Roma... En la
bondad de su corazón, el apóstol trató de aliviar al desdichado fugitivo en
su pobreza y desgracia, y procuró derramar
la luz de la verdad en su mente
entenebrecida.
Onésimo escuchó
atentamente las palabras de
vida que una vez había despreciado y se convirtió a la fe de Cristo. Ahora confesó su
pecado contra su amo, y aceptó agradecido
el consejo del apóstol.
Onésimo se
hizo apreciar por Pablo en virtud de su
piedad, mansedumbre y sinceridad, no menos
que por su tierno cuidado por la
comodidad del
apóstol y su celo en promover la causa del evangelio. Pablo vio en él
rasgos de carácter que lo
capacitarían para ser
un colaborador útil en la obra misionera, y con gran alegría lo habría tenido con él en Roma.
Pero no haría esto
sin el total consentimiento de Filemón.
Por lo tanto decidió que Onésimo debía volver enseguida a su amo... Fue una prueba severa para este siervo entregarse así
a su amo, a quien había perjudicado, pero estaba verdaderamente convertido y, por penoso
que fuera, no desistió de cumplir
con este deber.
Pablo
hizo a Onésimo el portador de una carta a Filemón, en la cual, con gran tacto y
bondad, defendía la causa del esclavo arrepentido y expresaba sus propios deseos en
cuanto a Onésimo...
Le
solicitó a Filemón que lo recibiera como a su propio
hijo. Expresó su deseo de retener a Onésimo como
uno que podía servirle durante su
encarcelamiento, como
Filemón mismo lo hubiera hecho.
Pero no
deseaba sus servicios a menos que Filemón por propia iniciativa dejara
al esclavo libre, porque pudo ser que en
la providencia de Dios, Onésimo había
huido de su amo por un tiempo de una
forma tan impropia, que, estando
convertido, pudiera en su regreso ser perdonado y recibido con
tal afecto, que eligiera
permanecer con Filemón desde entonces, “no ya
como esclavo, sino como más que
esclavo, como hermano amado”. Filemón 16...
¡Qué adecuada
ilustración del amor de Cristo hacia el pecador arrepentido! Así como el siervo
que había defraudado a su amo no tenía nada con qué hacer la restitución, así
los pecadores que han robado a Dios años de servicio no tienen medios de
cancelar su deuda.
Jesús se interpone entre ellos y la justa ira de Dios, y
dice: “Yo pagaré la deuda. Perdona el castigo de su culpa; yo sufriré en su
lugar”. Sketches
From the Life of Paul, 284-287. Ver Los Hechos de los Apóstoles, 376-380. [367]
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