A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. (Isaías 55:1).
Aunque
David había
caído, el Señor lo levantó. Estaba ahora más plenamente en
armonía con Dios y en simpatía con
sus semejantes que antes de su caída.
En el gozo de su liberación cantó: “Mi
pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije:
Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú
perdonaste la maldad de mi pecado... Tú eres mi refugio; me
guardarás en la angustia; con cánticos de
liberación me rodearás”. Salmo 32:5,7.
Muchos
murmuran contra lo que llaman la injusticia de Dios al salvar a David, cuya
culpa era tan grande, después de haber rechazado a Saúl por
lo que a ellos les parece ser
pecados mucho menos flagrantes.
Pero
David se humilló y confesó su pecado, en tanto
que Saúl
menospreció el reproche y endureció su corazón en la
impenitencia.
Este pasaje de la historia de
David rebosa de significado para el pecador
arrepentido. Es una de
las ilustraciones más poderosas que se nos hayan dado de las luchas y las tentaciones de la humanidad, y de un verdadero
arrepentimiento hacia Dios y una fe sincera en nuestro Señor Jesucristo.
A través de
todos los siglos ha resultado ser una fuente de
aliento para las almas que, habiendo
caído en el pecado, han
tenido que luchar bajo el peso
agobiador de su culpa.
Miles de los hijos Dios han sido los
que, después de haber sido entregados
traidoramente
al pecado y cuando estaban a punto de desesperar, Recordaron cómo el arrepentimiento
sincero y la confesión
de David fueron aceptados por Dios, No Obstante haber
tenido que sufrir las consecuencias de
su transgresión; y también cobraron ánimo
para arrepentirse y procurar nuevamente andar
por los senderos de los
mandamientos de Dios.
Quienquiera que
bajo la reprensión de Dios humille su alma con la confesión y el
arrepentimiento, tal como lo hizo
David, puede estar seguro de que hay esperanza para él.
Quienquiera
que acepte por fe las promesas de Dios, hallará perdón. Jamás rechazará el
Señor a un alma verdaderamente arrepentida.
Él Ha
Dado Esta Promesa: “¿O
forzará alguien mi fortaleza? Haga conmigo paz; sí,
haga paz conmigo”. Isaías 27:5.
“Deje el
impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová,
el cual tendrá de él misericordia, y al Dios
nuestro, el cual será amplio en perdonar”. Isaías 55:7. Historia de los Patriarcas y Profetas, 785, 786.
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