Quizás oigan y se vuelvan cada uno de su mal camino, y me arrepentiré yo del mal que pienso hacerles por la maldad de sus obras. (Jeremías 26:3).
[El apóstol
Pablo escribió]: “Yo no conocí el pecado sino por la ley; porque
tampoco conociera la codicia, si la ley no
dijera: No codiciarás”. Romanos 7:7... La ley que prometía vida al
obediente, proclamaba la
muerte del transgresor. “De manera”, dice, “que
la ley a la verdad es santa, y el
mandamiento santo, justo y bueno”. Romanos 7:12.
Cuán amplio es el
contraste entre estas
palabras de Pablo Y Las Que Se Proclaman En
Muchos Púlpitos Hoy. Se le
enseña a la gente que la ley de Dios no es necesaria para la salvación; que
sólo tienen que creer en Jesús y son salvos.
Sin la ley, los
seres humanos no tienen
convicción de pecado y no sienten necesidad de
arrepentimiento. No viendo su
condición perdida como violadores de la
ley de Dios, no sienten la
necesidad de la sangre
expiatoria de Cristo como su única esperanza de salvación.
La ley de
Dios es un agente en cada
conversión genuina. No puede existir
verdadero arrepentimiento sin convicción de pecado. Las Escrituras dicen que “…el
pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4), y que “…por medio de la ley es el
conocimiento del pecado” Romanos 3:20.
Para ver su culpa, los pecadores deben someter a
prueba
su carácter por
la gran norma de justicia de Dios.
Para
descubrir sus
defectos, deben mirarse en el espejo de
los estatutos divinos. Pero si bien la
ley revela sus pecados, no proporciona el
remedio. Únicamente el
evangelio de Cristo puede ofrecer perdón.
Para estar perdonados, los pecadores deben valerse del
arrepentimiento hacia Dios, cuya ley ha sido
transgredida,
y de la fe en
Cristo, su sacrificio expiatorio.
Sin
Arrepentimiento Verdadero no puede haber conversión
verdadera. Muchos se
equivocan aquí, y demasiado a menudo toda
su experiencia demuestra ser un
engaño.
Es por esto
que tantos que se unen a la iglesia nunca se han
unido a Cristo. “…Los designios de
la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de
Dios, ni tampoco pueden”. Romanos 8:7.
En el nuevo
nacimiento, el corazón es renovado por la gracia divina y puesto en armonía con Dios y
colocado en sujeción a su ley. Cuando ha
tenido lugar este cambio poderoso, el pecador ha
pasado de muerte a vida, de pecado a
santidad, de transgresión y
rebelión a la obediencia y lealtad.
Ha terminado la
vieja vida de alejamiento de Dios y ha
comenzado la nueva vida de reconciliación, de fe y amor. Entonces, “la
justicia de la ley” se cumple en
“nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
Romanos 8:4. The Spirit
of Prophecy 4:297, 298. [371]
No hay comentarios:
Publicar un comentario